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De la Santa Fe original no queda más que cuatro muros blanqueados y el trazado de las calles. Rectas, verticales, jerárquicas, marciales, infinitas. Casi un anticipo escurialense. Después de ocho siglos de laberintico Albaicín y de equívocos salones nazaríes el campamento de piedra puso fin a la lenta decantación de la Reconquista. Roma y la Cruz, todo se sintetiza en Santa Fe. La pobreza de los materiales y el escaso celo de conservación hicieron estragos pero la marca permaneció en el centro de la Vega. El lugar en el que los Reyes Católicos firmaron las Capitulaciones con Colón está ocupado hoy por un edificio modernicola tan feo que insulta. La Plaza de armas sigue conservando su soberbia sobriedad castellana. Los cuatro arcos que encierran el perímetro de un lienzo de muralla imaginario apenas resisten el asedio del tiempo y de la dejadez de sus gobernantes. En las calles en las que antes pendenciaban picas, coletos y yelmos, hoy no amenaza una flecha sarracena sino una teja malaya que te parta la crisma. A pesar de todo, esto sigue siendo Santa Fe y aquí nació la Modernidad. Contra estas ruinas se alzaron hace un año Puigdemont , Quim Torra y algunos más.